Hay arte político ahí donde no se cuestiona el exceso de representación con que se capitaliza el arte y la política, situar la performance en su exceso anula la posibilidad de un retorno al discurso crítico, la performance en su indiferencia al arte, debe su excepcionalidad al enfrentamiento a la acción, intentando NO REPRODUCIR EL FASCISMO –en este caso, 40 años de un acontecimiento que EXPUGNÓ el Único Verdadero Acontecimiento-. Con la mierda no deshecha, de la violación, del terror de la tortura y del funcionamiento de su ocultación (¿existió un golpe?), con la reproducción de su borradura o la ausencia de sangre como lo que sangra en realidad, de la Justicia, total y gloriosa, que desde siempre ha revelado que el corte supremo del golpe es parte de toda la Historia de la nación, con ello, y también, con la apertura de un Retorno de lo político visibilizado a partir de un movimiento estudiantil, nuestra escueta acción fue: viajar a concepción, elegir Tribunales como espacio, rayar libros de Historia con el poema “Tribunales” de Pablo de Rokha, pintar ortigas de color azul, participar de las jornadas de 40sur, cantar el himno de las fuerzas armadas de rodillas con los ojos vendados y las manos atadas, romper libros de historia con el poema señalado, repartir muchos carteles entre quienes rodeaban la acción, con frases al estilo Universalidad concreta, como “Yo soy el Estado”, “Yo soy el derecho a la legítima defensa”, plantar ortigas frente a tribunales, pintar pasto con las iniciales CNI. ¿Puede intervenirse la instalación del golpe?  Elegimos como espacio del accionar, una porción de pasto que separa el Palacio de Tribunales de la calle. Si la performance tuvo algún efecto,  este sólo habría podido emerger de ese lugar sólo visible como límite/parte mud@, demasiado estúpido para ser reconocido como espacio público, por lo mismo, demasiado creativo para actuar.

Rodrigo González.